jueves, 10 de enero de 2008

Chófer, ¡música!

Un día regresando a mi casa proveniente del centro de Lima, subí a un microbús en el que no había mucha gente. Personalmente, evito tomar un tipo de transporte que, en Lima, recibe la denominación de “combi”; y al tener esta última el techo muy bajo, siempre tengo que encogerme varias veces para poder tomar asiento. Este medio de transporte típico de las metrópolis latinoamericanas es resultado de la falta de medidas necesarias y apropiadas en materia de transportes públicos como las líneas de buses, el metro o el tranvía. Ello se refleja en la cantidad de combis circulantes en la ciudad; así pues, en Lima, existen alrededor de 50000 combis en las calles.

El microbús arrancó con una ruidosa y penosa aceleración al inicio de la avenida Salaverry, la misma que se encontraba descongestionada; es decir, libre de tráfico vehicular. La hora marcaba las 2 de la tarde. Empecé a mirar por la ventana como siempre, en busca de algún afiche que promocionara conciertos, de esos que constan de letras gruesas y coloridas que traen a la memoria los años psicodélicos o de alguna antigua casa de las que me encanta fotografiar.
Pero repentinamente, fui interrumpido por la subida de una niña de apenas diez años. Me sentí muy incómodo al ver sus harapos, su cara polvorienta y su cabello mal peinado. No entendí nada de lo que dijo ella dirigiéndose a los pasajeros. Hablaba con el tono particular que caracteriza a los vendedores de golosinas o cualquier otro producto al interior de los microbuses.

Así pues, luego de haber dicho « que dice así », la niña sacó un peine largo, con el cual empezó a raspar una lata de metal sin papel. Estos objetos, que no son nada fuera de lo común, tocados de manera conjunta, produjeron de un momento al otro un sonido muy claro, al que fácilmente se le podría identificar con aquel propio del güiro. Este último, es un instrumento tradicionalmente tallado en la madera de calabaza y que se caracteriza, entre otras cosas, por presentar estrías. De manera que, se le raspa con un peine para que se origine un ritmo animado que es característico de la cumbia y en general, de la música latinoamericana.
El uso de aquellos instrumentos, de semejante sencillez, -la lata y el peine de plástico- generaba un efecto más miserable aún en esta niña. De pronto, ella empezó a cantar temas quejumbrosos y románticos. Era evidente su esfuerzo vocal para que todos los pasajeros pudieran escuchar aquello que cantaba.
« Amor », « corazón », « yo », « tú » eran las únicas palabras que claramente pude distinguir en medio del estrepitoso ruido vehicular.

Una vez que hubo entonado la última canción, se dirigió a cada asiento para pedir dinero a los pasajeros y, como siempre frente a los mendigos que me piden limosna, me invadió la incomodidad, por unos instantes me quedé perplejo. Si pudiera expresar con una sola palabra aquel estado en el que me sumergí cuando ella se acercó a mí, creo que no podría ser otra que la de “tonto”. Y mientras vacilaba en darle una moneda, la niña, de forma apresurada, bajó del microbús por la puerta delantera.
Este encuentro hizo que me percatara de que los micros han sido para mí, el medio de encuentro con la música peruana. Al hablar de música peruana, no me refiero solamente a la de los grupos nacionales, sino también a los grupos extranjeros cuyas canciones han conquistado el gusto del público peruano por su música. Creo que aún cuando ya no me encuentre en Lima, me podré sentir como el « embrujado », éxito del grupo “Kaliente”, o quizás en algún momento me considere « el gran conquistador », una de las canciones más famosas del grupo “Los Niches” y seguramente se presentarán ocasiones en las que lloraré como el « arbolito » del Grupo Néctar, cuya reciente y trágica desaparición aún conmueve al pueblo peruano. Estos grupos son los que ahora tienen mayor éxito en Radio Panamericana, que parece ser la emisora más popular entre los choferes de transportes públicos limeños.
Ahora bien, puedo decir que son incontables las veces en las que, después de haber corrido para subir al vehículo que se dirigiera por la ruta que yo deseaba emprender, me sentí tranquilizado al escuchar la música salsa, la cumbia y también el merengue. Muchas veces, cuando los bajos emiten a fondo los ritmos de alguna canción exitosa, me doy cuenta de que muchos pasajeros mueven sus labios en silencio. Es la gran diferencia entre el metro de París, donde la gente está ensimismada, puesto que cada quien tiene su lector MP3.; miientras que en Lima, el transporte se convierte en un momento de comunión musical durante la cual, los pasajeros parecen olvidar el tráfico insoportable, las uñas largas y sucias de los cobradores y el manejo asesino de los conductores, al menos, por algunos instantes.

A lo largo de mis viajes, sentí que el ritmo es lo único que hace soportar la brutalidad y el peligro que caracteriza al hecho de movilizarse mediante el transporte público limeño. Tanto para el chofer y el cobrador por un lado, así como para los pasajeros, por el otro, la música permite distraer los sentidos que inevitablemente están expuestos a la agresión del ruido de los cláxones y el olor desagradable de las calles obstruidas.
7 de diciembre del 2007.

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