jueves, 10 de enero de 2008

Final de juego para los casinos ilegales en el Peru

“Mi meta, al igual que la de muchos, es trabajar un día en Las Vegas. Allá pagan bien”, dice Amelia, quien pensaba primero que el oficio de crupier le habría permitido ganar un poco de dinero. Quería pagar sus estudios de arquitectura en Trujillo. Seis años después, esta muchacha sigue ganándose la vida trabajando de noche en un casino de Miraflores –el barrio turístico de Lima, ya que no encontró trabajo en su especialidad. Ahora trabaja en El Hacienda, que al igual de muchas salas de juego de la capital peruana tiene una fachada kitsch. Cuando cae la noche el contraste es sobrecogedor. Los muros polvorientos de las callejuelas oscuras se ven eclipsadas por los rótulos luminosos con nombres exóticos como Golden Palace, Copacabana o Mardi Gras. Los adornos de cartón piedra en forma de barcos o máscaras de carnaval son imprescindibles, como se observa en la fachada del New York de la avenida Pershing que tiene réplica de la estatua de la libertad.

Estas salas de juego encarnan la ilusión del american dream al alcance de la mano, animando al derroche bajo la señal del azar. En mi opinión, los casinos son una bofetada gigante a aquellos niños que hacen juegos de malabares debajo de los semáforos, a aquellas madres desamparadas o a aquellos ex prisioneros que venden golosinas o piden un empleo en los microbuses.
Sorprendido por esta rareza del paisaje, - ya que nunca antes había visto tal concentración de casinos en una misma ciudad, tanto en Europa como en América Latina-, pregunté a un taxista si es que siempre habían existido tantos casinos en la capital peruana. Y su memoria de limeño que así me respondiera: “Es un fenómeno reciente, aparecieron aproximadamente hace 15 años y cada vez van en aumento”.
Fue precisamente en julio de 1999, cuando el gobierno de Alberto Fujimori promulgó la ley regulando la explotación de los casinos y tragamonedas. Los tres objetivos de la ley consistían en promover el turismo, generar ingresos fiscales y proteger a la población contra los riesgos de los excesos del juego.
Nueve años después, las salas de juegos se distribuyeron por todas partes: tanto en los barrios de clase media baja, como en las zonas lujosas, en los mercados, en provincia o en las grandes avenidas de la capital. Es preciso distinguir entre los casinos propiamente dichos, y las salas tragamonedas. En estas últimas, no hay ruleta ni mesas de poker, black jack o craps. Solamente se encuentran máquinas tragamonedas que funcionan 24 horas al día. En cambio, según la legislación vigente los casinos solamente pueden funcionar de noche. Según las cifras oficiales, el Perú cuenta con 840 salas tragamonedas. Pero el país sólo cuenta con ocho casinos, todos ubicados en Lima.


Una herencia voluminosa

Después de ocho años de confusión jurídica acerca de la apertura de los casinos y tragamonedas, la nueva administración del ministerio del Comercio exterior y Turismo (MINCETUR) decidió retomar el control sobre la actividad. Una amplia actividad de recuperación tributaria se puso en marcha para acabar con años de amnistía. En 2006, las salas de juegos generaron en ventas más de 700 millones de soles. Hasta el presente año el Estado solo percibía alrededor de 3 millones de soles de impuestos, ya que dominaba la evasión fiscal.
En el MINCETUR, la cuestión de los casinos y tragamonedas era considerada hasta entonces como el “patito feo”, como lo confiesa el director de casinos y tragamonedas del Perú, Manuel San Román. Este alto funcionario fue nombrado hace un año y medio para hacer un barrido en el ámbito de los casinos. Hasta entonces, muchas salas de juegos operaban principalmente gracias a unos jueces de provincia, quienes habían distribuido autorizaciones de explotación. Hoy existen muchas sospechas de corrupción acerca de dichos jueces. Aquellos últimos años, los operadores de casinos multiplicaron las acciones de amparo para sustraerse al proceso de autorización del Ministerio de Turismo. “Los operadores sacaron sus autorizaciones nacionales en unos tribunales de provincia donde, a veces, ni siquiera había luz. Y los jueces les decían que estaban autorizadas a explotar máquinas tragamonedas en la localidad y en todo el Perú”, explicó el director de casinos y tragamonedas.
Dicho de otra manera, las licencias no provenían del MINCETUR, sino de los tribunales de provincia. San Román explica que la estrategia de la nueva ministra del Turismo era decir: “No puede ser que el poder judicial reemplace las funciones del ministerio. Por eso se planteó una demanda competencial, porque el poder judicial había asumido las competencias que correspondían al ministerio. Entonces el ministerio demandó al poder judicial. A todo el mundo le parecía ilógico, “el Estado denunciando al Estado”, el Tribunal constitucional nos dio la razón al final: todas estas acciones de amparo quedaron nulas y sin efecto”, dice el director de Casinos y tragamonedas.
Y hoy, ¿qué ha sido de estos jueces?
Manuel San Román recuerda una conversación con el presidente de la Corte Suprema. “Fuimos a ver el presidente de la Corte Suprema quien nos dijo: Yo tengo 2000 jueces en el Perú, quizás 20 jueces vulneraron este tema. Ahora muchos de éstos han sido denunciados por nuestra procuradora ad hoc, y muchas veces el poder judicial ha declarado fundada la denuncia del ministerio”.
Esta resolución judicial permitió al MINCETUR retomar el control sobre las autorizaciones de apertura de casinos. Entre diciembre de 2006 y marzo de 2007, los operadores tuvieron 90 días para formalizarse. Y como muchas veces en el Perú, la gente esperó el último día. Todos se dijeron “tenemos que ir, porque si no, nos cierran”.

Incautaciones

Hoy, la división “casinos y tragamonedas” del ministerio de Turismo se dedica principalmente a expedir autorizaciones y hacer investigaciones de homologación. Para obtener un certificado, las máquinas tragamonedas, después de millones de jugadas, deben de haber devuelto el 85 % de las apuestas al público. Los establecimientos, por su parte, deben cumplir con las normas de seguridad y prohibir la entrada a menores de edad. La ley les obliga también (para los que van a ser construidos) el estar ubicados a más de 150 metros de las escuelas y templos. Paralelamente se lleva a cabo una investigación financiera para determinar si la empresa propietaria es sana.
Y ante la pregunta “¿no teme usted el lavado de dinero?”, San Román asegura: “En el último reporte de la Unidad de investigación financiera, se señala que no hay caso sospechoso dentro de la actividad”.
La labor de formalización supone también hacer pagar los impuestos de las salas que intentan evadir. Actualmente, los resultados de la recaudación fiscal que logró Manuel San Román le permiten estar orgulloso de su gestión. Desde su llegada al ministerio, el importe total aumento de 3 a 12 millones de soles mensuales. “Calculamos que con las 60.000 máquinas que hay en el mercado, lo máximo que podemos tener al mes son 16 millones de soles recaudos de impuestos”.
Según el reparto fijado por la ley, el 15% del impuesto sobre las tragamonedas va directamente al presupuesto del ministerio de Turismo. El incremento de los recursos del ministerio induce al Sr. San Román a solicitar medios adicionales para las operaciones de incautación. Cuando el administrador del ministerio visita a San Román de manera improvisada, este último le cuenta la necesidad de adquirir nuevos vehículos. “El otro día, durante un operativo en San Martín de Porres, tuvimos problemas con una de las camionetas. ¡Y la prensa estaba allí!”. Un día vamos a tener que empujarlas”, ironiza uno de sus asistentes.
Las salas tragamonedas que no han presentado peticiones de autorización están condenadas a la clausura. Regularmente, el MINCETUR organiza operativos de decomisos en los que interviene la policía. Y es que a veces la puesta en marcha de tales operativos no pasa sin percances. “Una vez cerramos una sala en Santipo porque no se había presentado al proceso de formalización. Pero cuando cerramos y sacamos las máquinas, el pueblo se nos vino encima. ¿Por qué? Porque el operador de esta sala ayudaba al pueblo: donaba dinero para sus eventos, se había convertido en una autoridad”, recuerda San Román.
Otra función del Ing. San Román consiste en luchar contra las máquinas chinas que se hallan en las panaderías, los mercados y las bodegas. Destinadas a los niños, son fabricadas de manera artesanal y muchas veces adornadas con dibujos de Pokemon u otras figuras de caricaturas populares. Las autoridades temen que siembren el germen de la obsesión por el juego entre los más jóvenes. El director de casinos y tragamonedas hace un llamado de atención para que, en tales casos, denunciaran la presencia de dichas máquinas. Dos veces a la semana, el ministerio decomisa y destruye estas máquinas chinas.Más allá de la clandestinidad económica que implican, las tragamonedas para niños representan el riesgo de convertirlos en yonquis del juego. Al liberar los casinos en 1999, se tomó en cuenta la lucha por los efectos negativos del juego de azar. Las autoridades sabían perfectamente que el desarrollo de este tipo de juegos generaría efectos perversos. La ley de 1999 obligaba, entre otros objetivos, dedicar una parte del impuesto sobre los casinos a campañas de prevención contra el juego compulsivo.

Incurable

“¿Ha perdido tiempo de estudios o trabajo debido al juego? ¿Apuesta para escaparse de sus preocupaciones o problemas? ¿Apostó para conseguir dinero con el fin de solucionar dificultades financieras?”. Estas preguntas las entabla un folleto titulado “Por un juego responsable”, distribuido en los casinos. Está hecho por los profesionales de las salas de juegos, quienes pretenden responsabilizar a los jugadores y favorecer la lucha contra la ludopatía. Esta palabra, del origen latín ludare (que significa jugar), denomina la patología psicológica del jugador compulsivo. Poco a poco se fue incrementando la preocupación de las autoridades, aunque ello resulte insuficiente ante el desconocimiento de las cifras sobre el tema a escala nacional; ya que el Perú todavía carece de estadísticas acerca de esta enfermedad.
Sin embargo, en el Centro Información y Educación para la Prevención del Abuso de Drogas – CEDRO – el balance no da lugar a réplicas. “Desde el año 2000, las estadísticas muestran que esta adicción se ha convertido en un problema de salud pública. Hay una coincidencia con el aumento del número de salas de juegos”. Hace 19 años que existe el centro y “con el tiempo ha venido cada vez más gente con problemas de juego. La demanda en términos de cuidados se ha incrementado, y es por eso que hemos creado un servicio especializado”, explica Alonso Vergara Tassara, psicólogo especialista en el tratamiento de las adicciones vinculadas con los juegos de azar.
La prevención es tanto más necesaria en la medida que “no se puede curar el vicio del juego. La única manera de salir de la ludopatía es adquirir y reforzar las capacidades de resistencia del individuo para controlar las situaciones que empujan a jugar”, advierte el especialista.
Sin embargo la preocupación de las autoridades parece reciente. Por el momento, los profesionales de la salud observan que poco se ha avanzado en términos de prevención. « Si no se lleva una política de mano dura, el número de máquinas tragamonedas irá incrementándose y va provocar que la ludopatía se agudice de manera general. Debe de haber afiches que recuerden que jugar en exceso es dañino para la salud. Pero por el momento no veo nada. Miren el Atlantic City recién instalado en la avenida Benavides en Lima, es un mastodonte”, dice Vergara. El psicólogo sugiere la difusión de spots televisivos y de mensajes semejantes a los que hay en los paquetes de cigarros.

Ludópata

Los diferentes motivos que animan a alguien a jugar conllevaron a que las autoridades establecieran una tipología de perfiles de jugadores. El ministerio del Turismo, junto con el centro de drogas, distingue primero el “jugador socializado”, quien es aquel que juega para divertirse, y es capaz de detenerse cuando quiera. En segundo lugar se encuentra el “jugador con problemas”. Apuesta mucho, se controla poco y a veces tiene problemas económicos a causa del juego. Y finalmente se encuentra el “jugador patológico”, quien no tiene ningún control sobre el juego. Su vida personal se deteriora.
La atracción por el dinero fácil y la excitación que genera la apuesta son los dos elementos que marcan la diferencia entre el entretenimiento y la adicción. En lo concerniente al Centro de ayuda contra las drogas, la ludopatía está en 4º lugar en términos de personas curadas, después de la marihuana, del alcohol y de la cocaína. De 1.818 pacientes en 2006, el 12% experimentaba este deseo compulsivo de jugar, además de una excitación y de una tensión en el momento de apostar dinero. Según las estadísticas del CEDRO, la mayoría de los pacientes que padecen de ludopatía son hombres quienes oscilan entre los 25 y 35 años. No obstante estas cifras, como dice el psicólogo, “cualquier persona puede ser ludópata, no importa su contexto económico, social, de género o religioso”.
La obsesión por las máquinas tragamonedas y los casinos es un fenómeno nuevo. Y es correlativo con la evolución de los juegos de azar. “Desde hace mucho tiempo los juegos tienen algo cultural”, recuerda el psicólogo del CEDRO. Pero hoy las máquinas tragamonedas parecen sustituir a los juegos de “abuelitos”. “El hipódromo atrae a menos gente, algunos coliseos han cerrado, como en Surco o San Juan de Miraflores. Las loterías pierden importancia, son más populares los juegos tecnológicos”. Ahora con las máquinas tragamonedas la gente se vuelve mucho más pasiva. “Lo tecnológico favorece la adicción en el sentido de que no hay que hacer muchos esfuerzos. Antes, las carreras de caballos implicaban cálculos o una inversión en un caballo, por ejemplo. Con las máquinas el jugador se dice `me siento y le doy al botón”, explica Vergara.

Rojo o negro

En los casinos siempre existe un ambiente de abundancia y confort. Todo esto para incitar a jugar. Y los clientes pobres pueden jugar también, puesto que algunas máquinas funcionan con monedas. Los cigarros, la comida preparada y el alcohol son ofrecidos gratuitamente por unas meseras vestidas en mini falda, quienes se encargan de convencer a los clientes para que consuman. Y parece funcionar. Según datos recientes de un gran banco peruano, los gastos en el casino están en el 4º puesto de consumo en el total de más de un millón de clientes.
Por mi parte yo nunca había entrado en un casino. El acceso está restringido a menores y después de cumplir los 18 años, nunca tuve la ocasión de hacerlo, ya que en París, donde siempre he vivido, no hay. De todos modos, imaginaba los casinos como lugares selectivos, sólo para los que tienen los medios de jugarse su dinero. Aunque también tenía presente la imagen del casino como lugar donde suena el tin gling de las monedas cayéndose en los bolsillos de algunos suertudos.
Una noche decidí con dos amigos entrar en el universo confortable de estas salas, iluminadas por el resplandor multicolor de las máquinas tragamonedas. Elegí el Atlantic City de Miraflores, un establecimiento que ostenta un porche desmesuradamente grande, rodeada por dos artificiales cascadas de agua que dan al exterior.
Después de haber franqueado las dos puertas opacas, vigiladas por un guardia disfrazado de mago, con chistera y capa de rigor, me decepcioné al descubrir solamente filas de máquinas tragamonedas. Con los ojos clavados en la pantalla y la cara casi indiferente, unos jugadores apretaban de manera mecánica el botón del bingo. Un poco más lejos, acodados sobre las mesas de juego, había unas mujeres de edad avanzada; unos hombres de 30 ó 40 años; así como turistas con caras poco atractivas. “Huele a vicio” me dijo una de mis amigas, que al igual que yo se sentía incómoda.
En una de las mesas, un hombre jugaba black jack, uno de los juegos más sencillos. El dealer da una carta y el jugador elige si quiere otras. La meta es que el valor de las cartas alcance la cifra 21. El jugador apuesta contra el banco que pide cartas hasta llegar a 16 puntos y que se detiene en el tener 17. El más cercano a 21 gana el valor de su apuesta. En un rincón de la sala este hombre, con cara gris y rasgos de cansancio, empezaba a enfadarse por perder contra el banco. Con gesto brutal le pedía a la crupier cartas de nuevo. Esta última seguía impasible, ordenando las fichas y las cartas con destreza. Hasta que, de pronto, el jugador golpeó violentamente sobre la mesa. Había perdido siete veces seguidas, lo que es bastante raro en el black jack. Luego nos sentamos a la mesa para jugar.
Con un amigo aposté 60 dólares. Y diez minutos después habíamos ganado 10 más, lo suficiente para un debut en el casino. En otro casino también ganamos, 20 dólares esta vez. Me permitió para pagarme una entrada en un bar con música en vivo. Así pude calmar las palpitaciones de mi corazón, después de haber estado pendiente del desfile de los reyes de pica y damas de trébol durante media hora.
Después de haber regresado al Atlantic City, me di cuenta que este casino probablemente sea el único lugar en el Perú donde no se revisan los billetes ni las monedas, ya que me aceptaron una de dos soles que me habían rechazado en el supermercado y en las combis. En cuanto a los billetes de 100 soles, las cajeras los toman sin demorarse ni un segundo. Estamos lejos de las tiendas de Lima, donde los vendedores llevan a cabo un ceremonial de revisión de los billetes para cada cliente. ¡Cuántas veces me quedé boquiabierto cuando escrutaban, rascaban y estiraban un simple billete de 10 soles para comprobar que no era falso!

Jugar o ganar

En el casino El Hacienda, en Miraflores, dónde trabaja la crupiera Amelia, el ambiente es menos lujoso. Aquí la apuesta mínima es de cinco soles, es decir, poco más de un euro. La clientela se compone sobre todo por gente que quiere venir a ganar, en comparación a la del Atlantic City.
“Las mesas de juegos atraen sobre todo a los hombres de aproximadamente 40 años, mientras que las tragamonedas seducen más bien a mujeres de 50 y 60 años”, observa Amelia, crupiera en este establecimiento desde hace ocho meses. “Hay muchos ludópatas”, concluye la empleada del casino.
Entre los turistas de paso y los obsesos del juego, Amelia identifica los clientes malos perdedores. “Algunas personas no saben perder. Son sobre todos los hombres que se enfadan tirando su silla o las fichas en la cara de los crupiers. Cuando es una mujer que da las cartas, se contienen un poco más. Pero un día un cliente borracho me dijo hija de puta”.
Antes de entrar al “Hacienda”, Amelia trabajaba en el casino anteriormente situado en el todavía existente hotel Sheraton. El casino cerró hace algunos meses. “Allá venían sobre todo turistas. Había más propinas y las condiciones de trabajo eran más agradables. Los gerentes eran americanos y no nos decían empleados, sino asociados”.
En el Hacienda, administrado por unos asiáticos, las condiciones de trabajo son de menor calidad: hay más clientes, las pausas son más cortas y un miembro de la dirección siempre vigila a los empleados. Estos últimos tienen la responsabilidad de cambiar dinero en la mesa. “Somos desconfiados”, dice Amelia, antes de recordar casos de robos. “En los casinos, las relaciones con los clientes deben de ser limitadas para evitar toda complicidad. Han habido casos de crupiers que dejaban caer las fichas por el suelo, las acumulaban en sus zapatos y las daban a unos clientes para que las cambiaran”. Hoy los crupiers de casino son empleados que manejan cada noche unas sumas equivalentes a varias veces su saldo mensual. Por consecuencia, también a veces llega la tentación del robo. Pero Amelia advierte: “Es muy arriesgado. Podría perder mi trabajo por haber robado 15 soles. Y hay videos por todas partes.”
Nada que ver con el oficio original del “crupier”. Designaba, en francés, un empleado de banco que contaba el dinero. La palabra significaba en el sentido concreto, “el que se toma a la grupa”, es decir, detrás de sí en un caballo. Era un símbolo de la relación del asociado en una empresa.
A lo largo de la entrevista, Amelia reconoce que tiene planes para el futuro. Dentro de algunos meses hará un examen que quizás le permitirá trabajar en un crucero. “El ritmo de trabajo es bastante difícil, pero se alternan 6 meses de trabajo con 2 meses de vacaciones, entonces vale la pena sacrificarte”. Y quién sabe, quizás este nuevo trabajo le permita ir más hacia el norte, a Las Vegas.
Mientras, Amelia sigue trabajando diariamente en el Hacienda desde las 10 de la noche hasta las 6 de la mañana.

Competencia

Ahí en una ocasión tuve un encuentro significativo. Me senté a una mesa de juego donde a mi lado derecho jugaba una mujer de edad muy maquillada. Y a mi lado izquierdo de repente empezó a hablarme un hombre de traje azul gris. Tenía en frente 200 soles en fichas y me dio consejos acerca del juego. Me dijo que trabajaba para el grupo hotelero Thunderbird. Las modulaciones de su acento y su pronunciación de las “ll” confirmaron que era argentino. Me dio su tarjeta que mostraba su puesto en la empresa: “security manager”, diciéndome discretamente que trabajaba para la parte casinos del grupo. Luego me enumeró los países donde había trabajado para su empresa: Argentina, Panamá y Venezuela. Ahora esta en Perú y quería estabilizarse. En efecto, su grupo acaba de invertir 43,5 millones de dólares en 2007 para la compra de una cadena hotelera peruana. “Aquí hay mucho que hacer en el ámbito de los casinos y los hoteles”, me dijo Emilio con un tono de ser experimentado en lo suyo.
La empresa Thunderbird, con capitales estadounidenses, está bien vista por el ministerio de Turismo. San Román, el director de Casinos y tragamonedas confiesa “sí queremos, en el fondo de nuestro ser, que se implementen casinos en los sitios turísticos, en Arequipa, en el Cuzco, en Chiclayo. Buscamos inversionistas sólidos como la empresa Thunderbird quien acaba de comprar los hoteles peruanos Las Américas”. Así pues, San Román proseguía: “Más que una cadena de hoteles, Thunderbird esta interesada por los casinos”.
Al someter los casinos a las mismas normas, el Estado espera que el juego de la competencia obligue algunas salas a cesar su funcionamiento. Menos maquinas tragamonedas y más casinos: es la meta de las autoridades que quieren canalizar la actividad hacia el turismo y el entretenimiento. Así, en lugar de ver incrementar el número de salas tragamonedas en las cuales los peruanos vacían sus billetera, el Estado quiere favorecer las grandes cadenas de hoteles casinos, más fáciles de controlar. Ahora bien, por el momento las licencian fueron otorgadas para un poco mas de 70 salas, es decir un 10% del total de los establecimientos. Habrá que esperar todavía uno años más para que el Perú retome totalmente el control de sus ruletas, mesas de poker y tragamonedas.

Lima, diciembre de 2007

No hay comentarios: